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La faz amatoria en que se arrebujaba, tibia, la complexión de
nuestros cuerpos; el ala liviana de aquellas nuestras noches inmortales, suaves
de ambicionar horizontes con las manos unidas, perfectas en el silencio de la
habitación oscura. Algo ha pasado. Aquella sensación de íntimo bienestar y
regocijo se me instala ahora en la boca con un sabor inicuo, cínico, a mundo
relamido, a sombra que se pierde en esta actualidad figurativa, vaporosa, de ir
tanteando paredes, rostros, mares, sin saber cómo empezar a buscarte o a
perderte. No puedo saber que ha pasado. Sé que estas alabanzas a deshora son
tuyas, como míos son tus ojos para la noche, la última mirada antes de
derrumbarte de cansancio en la cama, la sumatoria de signos, giros, palabras,
los reflejos en el agua profunda y encantada de los días perfectos que a fuerza
de olvido se vuelven pasado, eco, memoria. Aquí, en la infinita impiedad de
este instante ausente de calma, sumergido hasta la nariz, sueño con placer tu
mueca de desdén hacia otros hombres para mantenerme a salvo, justificado de no emprender ningún gesto
significativo, rotundo, que derribe este banquete fantasmal y te traiga de
veras y ahora. No sé qué pasa, solo que la noche sigue, y me permite continuar…
A la fuerza, como un caballo desbocado y ciego, asciendo con
la ojos hacia el cuerpo azul de las nubes en busca de realidad, ojos de fuego
en la huella de los caminos, olas volcánicas ahí cuando el tránsito diario por
el mundo intenta ser único y solo ve espuma en la ola, repetición perpetua. Urge
apretar el paso. Urge morder con fuerza la pequeña sangre de lo cierto y sus
ínfulas nimias de dios privado. Seguir, correr, describir, y es entonces cuando las telarañas de esa zona nebulosa en que cae
la vitalidad se olvida de sí creyendo que las cosas, tarde o temprano, sucederán.
No sé qué busco. Aún con los ojos cerrados la telaraña late, inmóvil, como una
imposición oscura. No sé por qué busco. ¿Se puede robar tiempo al tiempo,
oscuridad a la eternidad de esta noche igual a otras que vendrán sin el restallar
mágico de la esperanza o el esplendor fugaz de la locura?. Recibo sin fuerza la
ingratitud del insomnio; su sinceridad me lastima. Soy un átomo de cansancio en
contraste con la energía de los primeros hombres que levantan con practicidad
las tablas de la noche para que esplenda el amanecer y su cargamento de
mundanas preocupaciones. Pienso en lo sucedido. La noche y el horror al vacío dejaron
que me escurra en lagos de recuerdos mustios y personas sin rostro a cuenta de
un futuro que no es más que frágil actualidad, puerta en puerta, extrañas
razones .Me siento al otro lado del río, en el ojo de otra tormenta, padeciendo
de una extrañeza que no es la de mis pensamientos usuales para evitar la
muerte, la noche, el descanso. Sigo, corro, describo.